Los Tercios Españoles (Parte II)

viernes, 3 de julio de 2009

Historia y primeros combates

La estructura militar española, innovada por los Reyes Católicos en la conquista de Granada y en sus campañas por Italia, estuvo fuertemente influenciada por el llamado «modelo suizo». Los triunfos de la firme infantería suiza frente a la caballería pesada de Borgoña en una serie de batallas campales revolucionaron los métodos de guerra medievales. Era bastante lógico que en España se aprendiese la lección de que unos cuadros de piqueros bien formados podían derrotar a cualquier caballería que se les pusiese delante. El número se imponía sobre el esfuerzo inútil de los orgullosos caballeros, como ya precisó Maquiavelo en su Del arte de la guerra.

La eficacia de combate de los tercios hispánicos estuvo basada en un sistema de armamento que unía el arma blanca (la pica) con el potencial de fuego del arcabuz, tomando una síntesis completa de dualidad de infantería pertrechada con armas de fuego compactas. La superioridad del tercio sobre el modelo del cuadro compacto suizo estaba, por otra parte, en su mayor capacidad de dividirse en unidades más móviles hasta llegar al cuerpo a cuerpo individual. La fluidez táctica que favorecía la predisposición combativa del infante español.

Lo cierto es que desde la conquista de Granada (1492) a las campañas del Gran Capitán en el reino de Nápoles (1495), tres ordenanzas sentaban ya las bases de la administración militar de los ejércitos españoles. En 1503, la Gran Ordenanza reflejó la adopción de la pica larga y la distribución de peones en compañías especializadas. En 1534 se creaba el primer Tercio oficial, el de Lombardía, y un año después ayudó en la conquista del Milanesado español. Los Tercios de Nápoles y Sicilia se crearon en 1536.

En la Batalla de Mühlberg, en 1547, las tropas imperiales de Carlos V vencieron en Alemania a una liga de príncipes protestantes gracias, sobre todo, a la actuación de los piqueros imperiales.Diez años después, en 1557, el ejército español derrotó por completo al francés en la Batalla de San Quintín, hecho que se repitió con idéntico resultado en Gravelinas en 1558, lo que condujo a la paz entre ambos estados con grandes ventajas para España. En todas estas batallas destacó la eficaz actuación de los Tercios.

Organización de los Tercios

La organización de los Tercios varió muchísimo durante su existencia (1534–1704). La estructura original, propia de los Tercios de Italia, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, tenía otros oficiales: un alférez, un sargento y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, etc.).

Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Los Tercios solían presentarse en el campo de batalla agrupando a los piqueros en el centro de la formación, escoltados por los arcabuceros y dejando libres a algunos de estos últimos en lo que se denominaban mangas, para hostigar y molestar al enemigo.

El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio Tercio, lo que convierte a estas unidades en el germen del ejército profesional moderno. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas (y consecuentemente, con las mejores pagas). Inicialmente sólo los españoles originarios de la Península Ibérica estaban agrupados en Tercios y durante todo el período de funcionamiento de estas unidades se mantuvo vigente la prohibición de que en dichos Tercios formaran soldados de otras nacionalidades; en los años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías.

El ejército del duque de Alba en Flandes, en su totalidad, lo componían 5000 españoles, 6000 alemanes y 4000 italianos. Cuando el Tercio necesitaba alistar soldados, el rey concedía un permiso especial firmado de propia mano («conducta») a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito de reclutamiento y debían tener el número de hombres suficiente para componer una compañía. El capitán, entonces, desplegaba bandera en el lugar convenido y alistaba a los voluntarios, que acudían en tropel gracias a la gran fama de los Tercios, donde pensaban labrarse carrera y fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos hasta hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición de fama militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años ni ancianos, y estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como a enfermos contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección, en la que el veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a los que servían o no para el combate. A diferencia de otros ejércitos, en el de los Tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad al rey.

El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su entrada en el Tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.

No hay duda de que estas condiciones se pasaban a veces por alto a causa de la picaresca personal o de las necesidades temporales del ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado estuviese sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España, las mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Levante, Navarra y Aragón. Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la sociedad española de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo pero valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales rebosaron de dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo XVII. No existían centros de instrucción, porque el adiestramiento era responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque la verdad es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la marcha. Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en peligro la vida del conjunto. Era también común que en las compañías se formaran grupos de camaradas, es decir, de cinco o seis soldados unidos por lazos especiales de amistad que compartían los pormenores de la campaña. Este tipo de fraternidad unía las fuerzas y la moral en combate hasta el extremo de ser muy favorecida por el mando, que prohibió incluso que los soldados vivieran solos.

El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía tardar como mínimo 5 años de soldado a cabo, 1 de cabo a sargento, 2 de sargento a alférez y 3 de alférez a capitán. El capitán de una compañía de Tercio era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor, que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado directamente por el rey y con total competencia militar, administrativa y legislativa).

Escuadrón y técnicas

El armazón del Tercio contaba con tres clases de combatientes: piqueros, arcabuceros y mosqueteros. Asimismo disponía de artillería, y en ocasiones, de caballería (p. ej.: batalla de Ceriñola).

Los piqueros usaban la pica, de entre 3 y 6 m de longitud, y portaban también su espada atada al cinto. Según su armamento defensivo se dividían en «picas secas» y «picas armadas» (coseletes o piqueros pesados). Los primeros llevaban media armadura y a veces capacete o morrión. Los segundos se protegían con celada o morrión, peto, espaldar y escarcelas que cubrían los muslos colgando del peto. La espada era su gran baza en cualquier combate cuerpo a cuerpo, y en su manejo tenían los españoles una acreditadísima fama. Normalmente era de doble filo y no solía medir más de un metro para hacerse más ligera y transportable.

Los mosqueteros llevaban un equipo muy similar al de los arcabuceros, pero se diferenciaban en que, en vez de arcabuz, usaban un mosquete, o sea de mayor alcance y calibre, lo que también requería dispararlo con el apoyo de una horquilla montada en el suelo; y en vez de morrión, sombrero de chambergo. Su alcance les permitía salir de la formación cerrada y refugiarse en el escuadrón después de abrir fuego. Fueron una innovación extraordinaria en su época gracias a la inteligencia del duque de Alba, que decidió introducir los mosquetes en los tercios en 1567, cuando antes sólo servían en la defensa de plazas amuralladas, en especial en los presidios de Berbería, en el norte de África.

Los españoles conservaron la hegemonía militar durante el siglo XVI y gran parte del XVII, aunque sus enemigos se inspiraron en sus mismas técnicas para hacerles frente. Los ejércitos incrementaron sus efectivos y pasaron a sufrir enormes bajas. Los generales de la época optaban entonces por no plantar grandes batallas, sino dedicarse a concentrar esfuerzos en las tomas de ciudades importantes para forzar un tratado que condujese al final de la guerra, fuese éste temporal o a largo plazo. Un aforismo de los lansquenetes de aquellos tiempos decía muy oportunamente: «Dios nos dé cien años de guerra y ni un solo día de batalla».

Las grandes formaciones de los Tercios surgieron según la técnica bautizada por los españoles como «arte de escuadronar», y los tratados de la época están llenos de fórmulas y tablas para componer escuadrones de hasta 8000 hombres. Por aquel entonces ya habían desaparecido totalmente las hazañas individuales que en la Edad Media gozaron de tanta fama y prestigio para el soldado, pues la infantería se basaba enteramente en el anonimato. Los oficiales y los soldados distinguidos disponían de algún caballo para las marchas largas, pero todos combatían pie a tierra, integrados en grandes formaciones cuadradas o rectangulares, con una disciplina estrictamente impuesta en movimientos de alineación y maniobra. Durante los trayectos, las tropas acostumbraban a viajar siempre en columna, pero luego combatían agrupadas en bloques geométricos.

Estos bloques rechazaban fácilmente a la caballería y luchaban hábilmente combinados con el resto de la infantería, pero debían evitar ponerse al alcance de los cañones, ya que entonces podían sufrir graves destrozos y bajas. La amenaza de la artillería enemiga en una batalla quedó bien patente para todos los ejércitos de la época sobre todo a partir de la batalla de Marignano, en la que la artillería francesa machacó a los cuadros suizos. Todos los generales tuvieron entonces presente este factor, aunque de hecho las piezas artilleras eran de poco alcance y muy difíciles de mover en terrenos abruptos o fangosos, como por ejemplo en los campos de Flandes. Hay que destacar, sin embargo, que la infantería era la única que mejor podía moverse en los estrechos espacios que dejaban canales, diques, puentes o murallas en Flandes.El Tercio acostumbraba a formar como formación más típica el llamado escuadrón de picas. El resto de efectivos —caballería y arcabuceros— debían apoyar su acción situándose en sus mangas o flancos para evitar que el enemigo lo envolviese, aunque a veces también formaban pequeños cuadros en sus esquinas. Esta táctica era la más empleada en campo abierto, transmitiéndose las órdenes a través del sargento mayor a los sargentos de compañía y sus capitanes, que desplazaban a la tropa. Todos los movimientos se realizaban en absoluto silencio, de modo que sólo en el momento del choque estaba permitido gritar «¡Santiago!» o «¡España!».

La doctrina de la época establecía oponer picas a caballos, enfrentar la arcabucería a los piqueros y lanzar caballería sobre los arcabuceros enemigos, ya que éstos, una vez efectuado el primer disparo, eran muy vulnerables hasta que cargaban otra vez el arma. Los arcabuceros adquirieron mucha importancia en los Tercios: llevaban un capacete, gola de malla y chaleco de cuero (coleto), a veces peto y espaldar. Su gran arma era el arcabuz, un cañón de hierro montado sobre caja de madera con culata. El equipo incluía asimismo una bandolera para las cargas de pólvora y una mochila para las balas, la mecha y el mechero. El arcabucero recibía cierta cantidad de plomo y un molde en el que debía fundir sus propias balas. A finales de siglo XVI, cada Tercio tenía dos o tres compañías de arcabuceros (lo que da una idea de su elitismo), formadas por soldados jóvenes y resistentes a los duros trabajos. También por ese mismo motivo estaban agraciados por un trato de favor especial que les dispensaba de hacer guardias de noche (a diferencia del resto de las compañías) y les garantizaba un ducado más de paga al mes. Se disponía de artillería cuando las circunstancias así lo exigían: desde cañones de bronce o hierro colado, medioscañones, culebrinas y falconetes.

Durante los primeros disparos, para que las bajas no dejasen demasiados huecos en el escuadrón de picas, los soldados adelantaban su puesto cuando el anterior quedaba vacío, lo que permitía seguir dando una imagen compacta donde toda la compañía se apoyaba en un solo bloque. El escuadrón de picas tenía cuatro formaciones: el escuadrón cuadrado (mismo frente que fondo); prolongado (tres cuadrados unidos), con la variante de media luna o cornuto, en que las alas se curvaban para proteger el centro; en cuña o triangular, que adquiría forma de tenaza o sierra cuando se unía a otros por la base; y en rombo.

Si se trataba de un asedio, los Tercios realizaban obras de atrincheramiento para rodear la plaza y aproximar los cañones y minas a los muros. Uno de los escuadrones se mantenía en reserva para rechazar cualquier tentativa de contraataque de los sitiados. Incluso si era necesario retirarse, se procuraba llevar a cabo el repliegue con sumo secreto, con un escuadrón de seguridad cubriendo siempre la retaguardia.

Continuará en "Los Tercios Españoles (Parte III)"

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